El piloto automático
Los humanos poseemos la capacidad de centrar nuestra mente en el momento presente, pero hemos olvidado esta aptitud por no ponerla en práctica. Una investigación neurocientífica ha puesto de manifiesto que “nuestro funcionamiento mental habitual, se inclina más hacia la distracción (mindless) que hacia la atención (mindfulness)”.
Lo normal es que nuestra mente esté saturada de contenidos, saltando continuamente de un estímulo a otro. En general no somos conscientes de ello y, en no pocas ocasiones, nos dejamos arrastrar por un río de sensaciones, pensamientos y emociones que inundan nuestra conciencia.
Funcionamos en la modalidad de “piloto automático”, un estado de inconsciencia en el que vamos por la vida distraídos, sin darnos cuenta de lo que hacemos ni hacia dónde nos dirigimos. Según un estudio de la Universidad de Harvard muestra que el 47% del tiempo nos hayamos en piloto automático, es decir, no estamos presentes ¡la mitad de nuestras vidas!
Pasamos nuestra mayor parte del tiempo pensando en el pasado, que nos genera tristeza y depresión, o en el futuro que se asocia con la ansiedad. O sea, sufrimos por lo que ya pasó o por lo que aún no ha pasado y que seguramente no pasará tal y como la mente lo concibe.
Este piloto automático, este modo de ir y venir de la mente, es conocido en la psicología budista como “mente de mono”. Una modalidad de la mente que te lleva como si fuera un mono ansioso de un lado a otro saltando de rama en rama, debilitando nuestra atención. Esta modalidad genera un ruido mental constante, que nos distrae del presente y nos hace reaccionar a los acontecimientos en vez de responder a los mismos.
Tener multitud de pensamientos y distracciones es normal. Es el trabajo de la mente. La mente piensa sin cesar, llegando a generar hasta 90.000 pensamientos al día.
El pensamiento descontrolado, sin embargo, no es el estado natural de la mente. Podemos decir que es un extravío de nuestra tendencia natural al pensamiento.
El movimiento de la mente es incesante, sin tregua, sin descanso. El estar pensando de esta manera no nos da tiempo para enfocar nuestra atención en lo que realmente estamos haciendo en este momento. He ahí el piloto automático.
Nos perdemos la oportunidad de disfrutar de las pequeñas y simples experiencias de la vida, desde limpiarnos los dientes, tomar una ducha caliente, mirar una flor, disfrutar de un rayo de sol, o dar un abrazo a un ser querido.
Asimismo, nos perdemos la oportunidad de ser conscientes de nuestros patrones y condicionamientos, de cómo nos hacemos daño al resistirnos, al reaccionar impulsivamente en lugar de responder a la vida, al no elegir darnos un espacio para contemplar las distintas posibilidades que la vida nos ofrece para enfrentar las adversidades de manera más calmada y sin generar tanto sufrimiento.
El problema es que nuestra capacidad de controlar voluntariamente la atención se ha debilitado tanto que la mente toma el control de este proceso cognitivo. Así que cada vez que nuevos pensamientos surgen, arrastran con ellos a nuestra atención.
Y por si esto no fuera suficiente, la mayoría de esos pensamientos son negativos, llevándonos una y otra vez a los dramas del pasado o al futuro catastrófico, sentando además las bases de un cerebro ansioso y reactivo.
La mente inquieta
La mente tiene la facultad de crear constantes pensamientos, pero nuestra capacidad de mantenernos enfocados en cada uno de esos pensamientos suele ser escasa y limitada.
Mientras que generar pensamientos no supone ningún esfuerzo, la habilidad de prestar atención a esas emanaciones mentales sí requiere de un esfuerzo consciente; sin nuestra participación intencional y voluntaria, la mente saltará desbocada de pensamiento en pensamiento arrastrando nuestra atención.
Cada vez que la mente crea un nuevo pensamiento, nos avisa: “¡Eh, mira esto, mira este pensamiento! ”. Y nuestra atención se dirige a ese pensamiento de forma automática inconscientemente.
Pero antes de que podamos siquiera detenernos a contemplar profundamente ese contenido mental, la mente salta hacia otro lugar, y vuelve a decirnos: «¡Aquí, aquí, mira esto otro!» Y de nuevo arrastra a nuestra atención.
Y sigue haciendo esto frenéticamente, una y otra vez. En apenas unos minutos surgen, literalmente, cientos de pensamientos.
Si dejamos que la mente inconsciente se adueñe de nuestra atención, estamos perdidos. Nos sentiremos abrumados, s
obrepasados y ansiosos.
Calmar la mente del mono
La mejor forma de salir de esta locura de este bucle es el desarrollo de la atención, y para ello hemos de fomentar el hábito de la práctica del mindfulness.
Con la práctica de mindfulness aprendemos a calmar esta mente de mono, lo que nos permitirá contemplar la realidad con mayor claridad.
El mindfulness o plena consciencia es una invitación a detenernos, a dejar de hacer, a que respires y conectes atenta y tranquilamente con lo que ocurre a nuestro alrededor. Con tu consciencia, con ese “darte cuenta” de cuál es la forma en la que estás eligiendo vivir tu vida y disfrutar de estar presente en cualquier actividad cotidiana por más simple que sea. Te invita a estar presente para sentir las emociones con ecuanimidad, ya sean agradables o desagradables, sin críticas y sin juicios… Y gracias a esta atención deliberada, puedes aprender a ser observador de tus pensamientos y elegir cuáles aportan y cuáles no bienestar a tu vida.
La plena consciencia te aporta una actitud de responsabilidad, en donde elijes hacerte cargo, de reconocer y aceptar tus experiencias tal y como son. Se trata de empezar por enfocar tu atención en el momento presente, de despertar a tu vida, de darte cuenta en qué lugar estás ahora y a partir de ahí, ser más consecuente con lo que realmente es beneficioso para ti y para el mundo en general. La mente de mono crea atención dispersa y la plena consciencia atención focalizada.
Práctica para calmar la mente:
La mente salta de pensamiento en pensamiento, arrastrando nuestra atención.
Cuando descubrimos que andamos perdidos en las distracciones de nuestra mente, llevamos nuestra atención a la respiración.
El mono pronto saltará de nuevo, llevándose nuestra atención lejos y manteniéndonos distraídos en nuevos pensamientos.
Cuando nos damos cuenta de que la mente ha vuelto a dispersarse, la traemos de vuelta al momento presente centrando la atención en la respiración. Repitiendo este proceso una y otra vez, devolviendo la atención, la consciencia a la respiración cada vez que nos damos cuenta que nos hemos perdido en el caos de pensamientos.
Este darse cuenta de tu desconexión, es un momento de atención y de consciencia, es un momento de despertar.
Con la práctica tu mente se va educando y se volverá más calmada.
Un practicante puede llegar a pensar que no está haciendo bien la práctica e incluso desanimarse cuando siente que no lo está haciendo bien porque constantemente se distraen. Pensar así es un error, porque ese darse cuenta de tu distracción ya es un despertar de la consciencia que te está ayudando a fortalecer la atención. Este es el verdadero objetivo del ejercicio.
«Cuida tus pensamientos porque se volverán actos. Cuida tus actos porque se harán costumbre. Cuida tus costumbres porque formarán tu carácter. Cuida tu carácter porque formará tu destino y tu destino será tu vida»
-Mahatma Gandhi-