Calmando la respiración Inspiro, me calmo. Espiro, sonrío. Me establezco en el momento presente, único y maravilloso.
Podemos definir, muy brevemente, la plena consciencia o atención plena, como «la acción intencionada de darse cuenta del momento presente con aceptación”.
Esta definición contiene tres aspectos importantes:
El primero es la necesidad de “darse cuenta” de lo que ocurre y ser consciente del momento. Esto es algo que no suele ser muy habitual.
Basta recordar la cantidad de veces que nos hemos comido un plato de comida en “piloto automático” frente al televisor, sin siquiera sentir el sabor de lo que estamos ingiriendo, o cuando solo notamos lo incomodos que estamos por nuestra mala postura, después de varias horas frente al ordenador.
Lo más frecuente es que no nos demos cuenta de lo que nos ocurre aquí y ahora, porque estamos totalmente absortos en nuestros pensamientos, comentarios y opiniones.
El segundo aspecto es concentrarse en el “momento presente”, algo que tampoco sucede habitualmente.
Nuestra mente suele divagar constantemente entre pasado y futuro, lejos del presente, haciendo que nos perdamos gran parte de la riqueza del ahora. Nuestro cuerpo siempre está aquí, pero nuestra mente esta en cualquier otro lugar: anticipando situaciones y hechos que aún no han ocurrido o viajando al pasado, repitiendo conversaciones o situaciones que quisiéramos que hubiesen sido distintas.
Estamos absortos en nuestra opinión e interpretación de las cosas más que en la experiencia directa de lo que está aconteciendo.
El tercer aspecto es la “aceptación”, de lo que nos está sucediendo en este momento, porque podemos llegar a ser conscientes de lo que nos está ocurriendo teniendo una actitud de rechazo hacía la situación.
Esta es una aceptación activa, lo que hay en este momento es lo que es.
Tendemos a resistirnos a las sensaciones desagradables, a aquello que sentimos cuando vivimos una situación difícil.
Puede ser que nos diagnostiquen una enfermedad grave, que perdamos a un ser querido o tengamos problemas con nuestros hijos. Cualquiera que sea el hecho, sufrimos y al mismo tiempo nos resistimos al sufrimiento, entrando en un “círculo vicioso”, que amplifica el dolor y el sufrimiento.